Los jóvenes que quieren cambiar el país merecen vivir sin miedo

Atentados, amenazas, muertes, explosiones, fortalecimiento de grupos armados... El miedo ha vuelto a ser una estrategia de poder en Colombia, la peor de todas.

Por : Nicolás Albeiro Echeverry 

El atentado contra el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay estremece a cualquier demócrata. No solo por lo que representa él como figura pública, sino por lo que implica que, en nuestro país, la violencia siga pretendiendo imponerse sobre la palabra, el debate y las ideas.

Fui edil. Fui el concejal más joven que tuvo Medellín en su momento. Desde muy temprano creí en la política como un camino de transformación. Recorrí barrios, debatí con respeto, asumí riesgos, pero nunca imaginé que se volviera costumbre que quien piensa diferente sea atacado, amenazado o incluso silenciado.

Recuerdo cuando, siendo concejal joven, visité una comuna golpeada por la violencia. Un muchacho se me acercó, tendría unos 17 años, y me dijo: “Yo no quiero ser sicario, yo quiero ser como usted, hablar sin miedo y ayudar a mi gente”. Ese día entendí que la política no es solo un camino personal, es una puerta que abrimos para que otros sueñen con un país distinto. Hoy, tantos años después, me duele que esos sueños sigan amenazados. En los últimos diez años, más de 400 líderes sociales menores de 30 años han sido asesinados en Colombia, solo por atreverse a defender su comunidad o a proponer un cambio. ¿Cómo vamos a construir futuro si dejamos que nos maten la esperanza?

En 2020, el país lloró la muerte de Julián Andrés Gil, un joven de apenas 24 años, líder estudiantil y defensor de derechos humanos en el Cauca. Lo asesinaron por soñar con un país distinto, por alzar la voz frente a las injusticias, por creer que la educación podía transformar la violencia. Como él, cientos de jóvenes han sido silenciados por hacer lo que cualquier democracia debe celebrar: participar, pensar distinto, construir comunidad. ¿Qué le estamos diciendo a esta nueva generación que quiere cambiar las cosas con la palabra y no con las armas?

Miguel representa a esa generación que se atrevió a no quedarse callada. Que debate con firmeza, que propone desde el disenso, que ejerce su derecho a participar y a soñar con un país distinto. Su voz, como la de muchos, puede ser incómoda para algunos, pero es absolutamente legítima y necesaria para todos.

Colombia necesita desescalar el odio. El lenguaje de la confrontación no puede seguir marcando el tono del debate nacional. Es hora de volver al centro, de reencontrarnos con la humanidad, de respetar la diferencia.

Defender la democracia no es un eslogan: es proteger la vida de quien piensa distinto, es condenar con claridad toda forma de violencia —venga de donde venga— y es entender que sin respeto no hay país posible.

Este no es el momento de callar. Es el momento de unirnos para que nunca más la política sea un riesgo, y siempre sea un camino de esperanza.


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